Walter
Walter
En los años que llevo trabajando en esta compañía, me he
topado con personas de todo tipo: alegres, perezosas, cómodas, sinceras,
mentirosas y entusiastas. Pero nunca creí encontrar todas estas virtudes en una
sola persona. Recuerdo la primera vez. Fue cuando nos presentaron a Walter, un
sujeto con una excelente dicción. Repitió mi nombre asegurando que si lo repetía
inmediatamente después de conocer a la persona es más fácil memorizarlo. Es
lógico, pero ¿memorizar qué? Mi nombre es común y las personas como yo, de bajo
perfil, lo único que esperamos es que se acuerden de nuestras hermosas
facciones y lo asocien a nuestros nombres. Cómo olvidar esa primera vez, en la
que además me apretó la mano con mucha fuerza. Estoy seguro de que al igual que
la técnica de repetir el nombre también leyó, escuchó o vio en una película
esta antigua y útil práctica. Yo lo hice por la primera razón, y confieso que
lo disfruto más reconociéndolo que aplicándolo.
Estuvo toda la noche festejando. Reía casi antes de
tiempo a cada chiste y anécdota de mis compañeros de confianza; con los que compartíamos
un círculo más cercano, reconocíamos el papel de hipócrita que hizo. Bueno,
recuerdo haberme comportado de igual forma para conseguir algo: en aquella
ocasión tenía ocho años y disfruté mucho los dulces de anís y menta que me
compraban. Quizás él deseaba con ansias el puesto de trabajo. Fue tanta su
participación que en aquella fiesta anual que inició el baile del trenecito, donde
el que no participara estaría en boca de todos al próximo día, así que ¿cómo no
bailar? A pesar de eso, aún hay colegas que nunca han participado, y como no lo
hacen, los comentarios se limitan a “no, él no participa nunca; tendrá sus
razones”.
En un principio, le costó adaptarse al ritmo de trabajo. Como
supervisor general, sinceramente, soy jodido, pero sabía que tenía un gran
potencial y Walter se comprometía con todos los proyectos sin saber siquiera si
era capaz de cumplirlos; aun así, todo cuadraba perfectamente a fin de mes. Los
balances trimestrales daban números azules, así que una vez más fue un año
redondo. Se acercaba el aniversario de la empresa. En estos casos, todos los asistentes
participaban en un reto, donde cada persona tendría una labor que cumplir, y en
esta ocasión, Walter y yo nos encargaríamos del bufé. Discutimos durante varios
días cuál sería el menú y qué tipo de bajativo sería el apropiado. Los correos
electrónicos iban y venían. El presupuesto alcanzaba para regodearnos pero aun
así no llegábamos a un consenso. Ya solo quedaba una semana para el evento, que
se llevaría a cabo el viernes a partir del mediodía.
El lunes, Walter me aseguró que él se encargaría de todo
y que el miércoles me enviaría el detalle del bufé. Aún me pregunto por qué cedí
ante esa propuesta. Así que llego el día miércoles. No había nada en mi bandeja
de entrada. Llamé inmediatamente a su departamento y me contestó Armando, un
gran compañero. Recuerdo que llegamos el mismo año y desde el principio nos
hemos apoyado para solucionar problemas, a pesar de que pertenecemos a
diferentes dependencias. De igual modo, cuando jugamos al fútbol los fines de
semana sin mí quizás no sería capaz de anotar ningún gol. Armando aseguró que
no había llegado y que no existía ningún tipo de justificativo hasta el
momento. Pensé seriamente en contratar cualquier servicio por Internet, pero aun
así decidí esperar otro día más.
Jueves, y no había detalle de cuáles serían los platos,
así que me levanté y fui personalmente a ver qué estaba sucediendo, cuando de
pronto sonó el teléfono y era Walter asegurando que ya tenía todo listo y que
tuvo unos percances que le impidieron dar aviso, pero que no me preocupara, que
ya estaba todo preparado. ¡Pero cómo no estarlo! De todas formas, esa fue una
gran inyección para calmar los ánimos, así que le pedí que me enviara el correo
con los detalles lo antes posible y aseguró que lo haría en el transcurso del
día. Desde mi casa, monitoricé el computador de la oficina hasta altas horas de
la noche y no llegó nada. Decidí dormir para que la sensación de esperanza se hiciera
realidad y que al otro día este personaje llegara con buenas noticias.
Por la mañana, ya en la oficina, vi en mi bandeja un
mensaje nuevo. Era del presidente de la compañía diciéndome que Walter no
seguía más en su cargo. Tal cual leí el mensaje, a secas, sentí que me hundía
en la silla. Por un segundo pensé en no asistir y huir, pero solo fue un
estúpido y fugaz pensamiento. Así que terminé preparar todo, listo para el
próximo día laboral, donde leer correos se vuelve tedioso pero necesario. Me
levanté. El reloj advertía de que faltaban solo horas para que empezara la
presentación. Primero, las palabras del presidente acerca del balance anual (¡blah
blah blah!) Así que tomé la determinación de salir a respirar, fui a una
cafetería cercana, pedí un expreso y me puse a pensar en los veinte años de
trabajo que llevaba en la empresa.
Conozco las historias personales de cada uno
de los trabajadores, conozco muy bien cada historial y perfil, siempre estuve
presente en cada percance, delante de situaciones en donde el prestigio y la
marca de nuestro trabajo estaba en riesgo y aun así salimos adelante. Más allá
de todo, siempre salimos a flote. Muchas personas creen que el trabajo tiene
que adaptarse a nosotros; lo único real es que nosotros siempre terminamos
adaptándonos a él. ¿O acaso creen que las personas que nos transmitieron esto
por primera vez nacieron creyéndolo? Esto es lo que todo supervisor
debería decir a los trabajadores el primer día, pero ¿qué diablos pensaba en
ese momento? Lo único que no me hacía perder la compostura era que todo lo
demás estaba listo. Faltaban apenas unos minutos, regresé al edificio, saludé
una vez más al recepcionista y algo en su mirada me pareció diferente. Como
queriéndome decir algo. Siempre me pongo a pensar en los recepcionistas. He
visto que en otros lugares las personas que suben las escaleras casi nunca
recuerdan sus nombres, a pesar de que ellos son la cara visible (en muchos
casos, son los primeros que son asesinados, por lo menos en las películas
siempre sucede así). Pensaba en eso todos los lunes, al entrar por la puerta
principal y decir el primer “buenos días”.
Foto-Google- imágenes |
Entré al baño. Me remojé la cara un par de veces mientras
trataba de pensar de qué manera pediría disculpas y de qué forma iba a maldecir
a Walter delante de todos. Me dirigí a la sala de eventos. En la puerta estaban
mis dos compañeros del equipo de futbol, el arquero y el delantero, que siempre
está fuera de lugar en los partidos. Ambos notan mi cara por los suelos, me
toman del hombro, me dan ánimo para entrar con la frente en alto, abren la
puerta y todos los presentes empiezan a aplaudirme. No entendía nada, y cuando
escuche mi nombre por los parlantes agradeciendo mi desempeño en estos años, me
llevan al escenario y enfrente de todos me ofrecen el segundo cargo más
importante de la compañía. Al aceptarlo, entre mis palabras de agradecimiento
logro identificar al desaparecido Walter, quien me hizo pasar un mal rato antes
de esta inesperada y satisfactoria situación. Todos y cada uno de los presentes
fueron cómplices en esto, quizás yo también llegue a realizar algunas bromas el
próximo año, quizás me ausente los día de pago.
Las
sorpresas no terminaban. Ya sentados en las mesas, Walter abrió la puerta y
entraron elegantes garzones con unas enormes bandejas llenas de exquisiteces. A
pesar de todo sentí que esta fue la mayor angustia que me ha tocado vivir y que,
definitivamente, valió la pena, Vicepresidente de la compañía. Lo único
familiar aquella noche fue que una vez más un desconocido iba diciendo “¡chuuu
chuuú!” alrededor de la pista de baile.
Cuando comencé a leer busque un "Walter" entre mis colegas, pero lo que realmente pillé fue a "Walter" en mí... Lo cual no sé si es bueno o no...
ResponderEliminarBien relato. Mantiene el interés y tiene un buen final. Bien escrito con un estilo sobrio y un lenguaje claro. Monologo interior. Felicitaciones.
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